Edificio, oficinas, ocho pisos de
diez, ocho pisos en los cuales se encuentran en hileras algunos cubículos, en esos
cubículos centenares de hombres y mujeres de traje; intentan personalizar, en
la medida de lo posible, su espacio de 4x4, fotos de la familia, pareja, mascota,
algunos incluso llevan alguna planta para intentar darle vida al lugar, pero
sigue siendo un espacio de 4x4, no más, no más vida, sólo trabajo. Rutina.
Me gusta cada 20 minutos exactos
levantarme de la silla, echar un vistazo a mis compañeros de en seguida, ir a
beber agua en esos diminutos conos en los que muy apenas se alcanza dar un trago, regresar al cubículo, hacer una sentadilla y de nueva vuelta
al trabajo. Rutina.
Se llegan las ocho de la noche,
por fin es hora de regresar a mi hogar, apago el computador, dejo las formulas pendientes
en su respectivo cajón para mañana comenzar por ahí, me despido de mis vecinos
laborales, me dirijo a la puerta y comienza el mayor dilema de todos: elegir
las escaleras o el elevador. Son ocho pisos, ocho pisos con veinticinco
escalones cada uno, en total doscientos escalones; el cansancio puede más y el
elevador es el ganador. Rutina.
Llego a casa, dejar la corbata,
el portafolio, comer una cena fría, mirar y programar para el apagado
automático el televisor, hablar por teléfono con mi madre, colgar, observar con
detenimiento el calendario, lavarme cuidadosamente los dientes, preparar la
ropa del día siguiente, acostarme, dormir. Rutina.
Despertar, asearme, mal
desayunar, tomar el portafolios, salir a la vida, llegar al edificio, a la
oficina, ocho pisos, doscientos escalones, el elevador vuelve a triunfar, 4x4, veinte minutos, orinar
en un interludio de mis descansos, más agua, más trabajo, hora de salida.
Rutina.
Ocho pisos, elevador o doscientos
escalones, tras una batalla campal por primera vez decido elegir los escalones,
camino hacía las escaleras y las veo detenidamente, siempre que estoy ante ellas
tengo una especie de vértigo, me imagino qué pasaría si me dejo caer, pienso
en lo ridículo que sería, pero la atracción al vacío es más fuerte que mi
simpleza y la lógica; ¿por qué tenemos esa necesidad de imaginar lo que
pasaría al caer por un mirador que está asegurado? ¿por unas escaleras? ¿por qué la atracción,
de nueva vuelta al vacío? Son sólo escaleras que bajar, poner un pie tras a
otro, escuchar el crujir de las rodillas, tomar el pasamanos, jugar con la
velocidad del caminar. El vacío me sigue llamando, mis piernas dejan de
funcionar, estoy siendo seducido por la sensación de la caída, sudor frío en mi
nuca, miro hacia los lados, estoy quedándome solo, doy un paso. Se acabó la
rutina.
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