miércoles, 26 de junio de 2013

Caída

Edificio, oficinas, ocho pisos de diez, ocho pisos en los cuales se encuentran en hileras algunos cubículos, en esos cubículos centenares de hombres y mujeres de traje; intentan personalizar, en la medida de lo posible, su espacio de 4x4, fotos de la familia, pareja, mascota, algunos incluso llevan alguna planta para intentar darle vida al lugar, pero sigue siendo un espacio de 4x4, no más, no más vida, sólo trabajo. Rutina.

Me gusta cada 20 minutos exactos levantarme de la silla, echar un vistazo a mis compañeros de en seguida, ir a beber agua en esos diminutos conos en los que muy apenas se alcanza dar un trago, regresar al cubículo, hacer una sentadilla y de nueva vuelta al trabajo. Rutina.

Se llegan las ocho de la noche, por fin es hora de regresar a mi hogar, apago el computador, dejo las formulas pendientes en su respectivo cajón para mañana comenzar por ahí, me despido de mis vecinos laborales, me dirijo a la puerta y comienza el mayor dilema de todos: elegir las escaleras o el elevador. Son ocho pisos, ocho pisos con veinticinco escalones cada uno, en total doscientos escalones; el cansancio puede más y el elevador es el ganador. Rutina.

Llego a casa, dejar la corbata, el portafolio, comer una cena fría, mirar y programar para el apagado automático el televisor, hablar por teléfono con mi madre, colgar, observar con detenimiento el calendario, lavarme cuidadosamente los dientes, preparar la ropa del día siguiente, acostarme, dormir. Rutina.

Despertar, asearme, mal desayunar, tomar el portafolios, salir a la vida, llegar al edificio, a la oficina, ocho pisos, doscientos escalones, el elevador  vuelve a triunfar, 4x4, veinte minutos, orinar en un interludio de mis descansos, más agua, más trabajo, hora de salida. Rutina.


Ocho pisos, elevador o doscientos escalones, tras una batalla campal por primera vez decido elegir los escalones, camino hacía las escaleras y las veo detenidamente, siempre que estoy ante ellas tengo una especie de vértigo, me imagino qué pasaría si me dejo caer, pienso en lo ridículo que sería, pero la atracción al vacío es más fuerte que mi simpleza y la lógica; ¿por qué tenemos esa necesidad de imaginar lo que pasaría al caer por un mirador que está asegurado? ¿por unas escaleras? ¿por qué la atracción, de nueva vuelta al vacío? Son sólo escaleras que bajar, poner un pie tras a otro, escuchar el crujir de las rodillas, tomar el pasamanos, jugar con la velocidad del caminar. El vacío me sigue llamando, mis piernas dejan de funcionar, estoy siendo seducido por la sensación de la caída, sudor frío en mi nuca, miro hacia los lados, estoy quedándome solo, doy un paso. Se acabó la rutina.

No hay comentarios: