miércoles, 23 de abril de 2014

De como nací en el mundo de la literatura




Todo comenzó un jueves – o eso me hago creer –, bueno, dejemos un día cualquiera. Tenía la edad de 10 años y me dirigía hacia la primaria. Recuerdo andar vestida con una blusa de tirantes roja y una encima del mismo color, zapatos negros con un poco de plataforma; desde pequeña he crecido acomplejada debido a que cuando estaba en el kínder era la más alta, por supuesto conforme fue pasando el tiempo mis demás compañeros comenzaron a crecer ¡pero eso fue hasta la preparatoria! En fin, lo bueno es que mi estatura se neutralizó: no soy ni muy alta ni chaparra. No obstante no sé por qué demonios amaba esos zapatos de plataforma.

Mi madre me dejó en la puerta y caminé rumbo al salón, la entrada de la primaria era un tanto extraña: era una especie de explanada y después hacia los lados hay unas escaleras que dan a la explanada principal que a su vez da a los salones.

Para mí no fortuna – o tal vez sí – varios de los escalones estaban quebrados en una especie de “u”, cuando iba bajando las dichosas escaleras mi tobillo derecho se quedó atrapado en uno de esos escalones quebrados y al intentar dar un paso no pude hacerlo ya que, obviamente, quedó atrapado y como los dichosos zapatos eran demasiado pesados no me ayudaron a maniobrar así que caí y rodé por las escaleras.

Recuerdo haber visto a la directora con un traje sastre rojo que iba delante de mí, no sé percató de mi caída y siguió avanzando. Sin embargo mi memoria no está del todo fresca ya que después de eso no sé bien qué pasó, no sé si me desmayé por los golpes, lo que sí es que lloré y lloré mucho. Casi creo que algún compañero le dijo a quién era mi profesor en ese grado, ya que él me ayudó a subir las escaleras de nuevo.

Para mi alegría mi mamá aún no se había ido, así que nos fuimos a la casa. En verdad me dolía muchísimo el tobillo, intentaba apoyarlo pero era como si un martillo estuviera golpeándome y como si ese martillo fuera manejado por un ogro.

Debo confesar que para ese entonces mi relación con el piso era algo constante y destructiva: siempre me caía. Cuando estaba en el kínder – que está enfrente de la primaria– mi mamá iba por mí, cruzábamos la calle para recoger a mi hermano e ipso facto, al poner un pie ya estaba abrazando al piso; mis rodillas siempre estuvieron llenas de costras y moretones.

Así que, en vista de ese historial, mi madre se pasó regañándome en el camino a casa, decía que era una descuidada y que parara de llorar o si no me haría llorar de verdad. Supongo que hizo alusión a golpearme o algo por el estilo, no obstante sé que no lo haría.

Para doble fortuna, mi padre aún no se iba a trabajar también así que cuando me vio con el pie más hinchado que cara de boxeador después de 15 rounds decidió llevarme al Hospital General que está a algunas calles de mi casa.

Casi no tardaron en atenderme, me sacaron unas radiografías y les dijeron que, efectivamente, mi tobillo estaba fracturado, la cara de mi madre fue épica al darse cuenta de que era algo serio y no se disculpó por haberme regañado; aún no le perdono eso. Me llevaron a una cama, me pusieron una férula y el enfermero, muy guapo por cierto, me dijo que no moviera el pie. Cosa imposible para una niña de 10 años que es inquieta, así que al poco tiempo regresó, me preguntó si había movido el pie, le respondí que no, me miró con ojos de “sí, cómo no”, volvió a acomodar la férula y fue por mis papás.

Debía durar un mes con ella, dos semanas en reposo total y las otras dos andando en muletas, me llevaron de regreso a casa, me senté en el sillón y me quedé dormida hasta que mi papá llegó del trabajo. Me despertó y me entregó una bolsa verde con unas letras grandes doradas con el logo de CLP: Centro Librero la Prensa, dentro había lo mejor que pudo pasarme en la vida, dos libros: “Mujercitas” de Louise May Alcott y “Las aventuras de Tom Sawyer” de Mark Twain. Y cito: “Ten, para que no te estés dioquis” [sic].

A partir de ahí nací en el mundo de la literatura, debido a ese grácil accidente. Ahora hay ocasiones en las que me pregunto ¿qué sería de mí si no me hubiera fracturado el tobillo? ¿Realmente hubiera tenido un acercamiento a la literatura? ¿De qué manera hubiera sido? Demasiados hubieras que gracias al destino, a las casualidades o al duende que atrapó mi tobillo en ese escalón no existen.

Me han rescatado tantas veces, me han dicho lo que quiero y no quiero escuchar, me hicieron otra, abrieron mis ojos y me dieron la oportunidad de adentrarme a ese universo tan basto que sé que, lamentablemente, nunca terminaré de recorrer.

Amo lo que soy ahora, amo lo que seré gracias a ellos. Los libros son ese refugio al que siempre puedo recurrir cuando más desesperada o feliz esté. No concibo mi vida sin ellos ya que siempre, de alguna manera, y estoy segura de que todos lo hacemos, estamos a la espera de encontrarnos entre las hojas de un libro nuevo u olvidado.

Feliz día mundial del libro a todos los que me han cambiado, a los que me están cambiando y a los que me cambiarán. No saben qué dichosa me han hecho.