sábado, 15 de septiembre de 2012

Historia de una sonrisa

Por: Sergio Vilchis.


Elizabeth es una niña que vive en una ciudad al norte, no es la ciudad más bonita, ni la que tenga la gente más amigable, ni tampoco se puede decir que sus habitantes sean muy felices.
Nadie sabe a que se debe, hay basura por todos lados, delincuencia en cada esquina, enfados y peleas por doquier. Elizabeth vive con sus padres, ellos siempre pelean y pareciera que las cosas no fueran a cambiar nunca. Esto a ella no le gusta, pero no sabe de qué forma cambiar las cosas, le gustaría conocer alguna fórmula mágica para poder ver las cosas de una manera diferente. Así que un día, decidió emprender la búsqueda por dicha fórmula mágica que la liberara a ella y a los demás, de tan triste realidad.

Pasó a ver a religiosos, a los más estudiosos de las universidades, a psicólogos, a sabios, pero nadie sabía qué podía hacer ella, nadie conocía la "fórmula mágica." Esto comenzó a desesperar un poco a la pequeña Elizabeth, ella quería acabar lo más pronto posible con la amargura de su ciudad, de su familia, de ella misma.

Un día, mientras reposaba triste en su cama, apareció un pequeño ser que asomaba por sus pies. Era diminuto, apenas más grande que la palma de su mano, tenía una piel muy brillante y muy blanca, de su cabeza por encima de su sombrerito café, sobresalían dos pequeñas antenitas, en su mano muy elegante, portaba un bastón mientras que en la otra un libro cargaba él.

— !Hola! —Apenas se escuchaba el saludo de el pequeño ser.
—¿Disculpa?,  no te he oído. —respondió Elizabeth con voz temblorosa, no podía creer lo que veía.
—¡Hola he dicho!, mi nombre es Sir Nicholas Albert Carrick Stein, pero puedes decirme Nicky.
 —Dijo mientras se quitaba cortésmente su sombrero. —¿Y tú, cómo te llamas?
—Me llamo Elizabeth, mucho gusto. —Dijo aún titubeante.
—Hola Elizabeth, veo que estás triste. ¿Qué te sucede?
—Es una larga historia Nicky, las cosas por estos rumbos no están muy bien, hay demasiada tristeza en el aire.
—Es por eso que estoy aquí, he venido porque sentí que alguien me necesitaba.

Terminadas estas palabras los ojos de Elizabeth brillaron llenos de esperanza.

—Entonces, ¿tú nos liberarás de esto? ¿Acaso tú conoces la fórmula mágica?
—¿Fórmula mágica? ¿Liberarlos, yo? ¿De qué me estás hablando? No, no, no, no ,no. Yo no vengo a liberar a nadie, dije que te venía a ayudar y eso haré.

Las palabras de el hombrecillo confundían mucho a Elizabeth, pero lo dejó continuar.

—Mira, mi misión, como la de mis demás compañeros, es leerle a personas que lo necesiten éste pequeño libro. —Le dijo mientras le mostraba el libro que llevaba en el brazo.
—¿Y de qué trata tu libro?
—Este libro trata de la vida.
—¿De la vida?
—Sí, de la vida, de todos los secretos que esta guarda para cada uno de nosotros.
—Pero, tu libro es muy pequeño, no creo que en esa cosita quepan todos los secretos de la vida.
—Claro que caben, no cuestiones a "EL LIBRO"
—Correcto, correcto, a ver, ¿qué dice tu libro? —Dijo con un tono de voz grosero y frío Elizabeth.
—Míralo por ti misma.

Elizabeth tomó entre sus manos el pequeño libro, era tan pequeño que sentía que podía romperlo; abrió con mucho cuidado la única página con la que contaba, y entonces algo realmente mágico sucedió. Del libro comenzaron a salir rayos multicolores, era un suceso fantástico el que ella estaba experimentando. 
Al final todo terminó, Elizabeth abrió sus ojos y exclamó...

—¡Wow!, esto fue algo maravilloso, realmente el secreto de la vida estaba en ese libro... Pero... ¿cómo? ¿Qué pasó? —Elizabeth estaba consternada.
—Mírate en este espejo. —Dijo complacido Nicky.
Elizabeth acercó lentamente su rostro al espejo, levanto la mirada poco a poco. ¿Qué tenía en la cara?
algo brillaba entre sus labios, sus mejillas tenían extrañas arrugitas, sus ojos brillaban de una forma
que jamás había visto y además, su corazón se sentía más cálido que nunca.
—Pe...pe...pe...¿pero qué es esto?
—Tu sonrisa, Elizabeth, y una de las más bellas que estos ojos han visto en los 1989 años que tengo de vida.
—¡ES MARAVILLOSO!, es algo indescriptible, jamás me había sentido de esta manera. Debes ir con los demás, mostrarles el libro.

Nicky la vio un poco triste y dijo.

—No puedo, Elizabeth, el libro sólo se lo puedo mostrar a una persona en toda mi vida, tú me has liberado, he terminado mi búsqueda de tantos años.
—¿Y qué pasara entonces?
—Comparte, comparte lo que viste, lo que sientes. Comparte tu bella sonrisa, haz felices con ella a los que te rodean y así mismo sé feliz tú.

Elizabeth estaba un tanto abrumada por tan grande responsabilidad, pero al saber lo feliz que era con su nueva sonrisa decidió aceptar la encomienda.
El pequeño Nicky feliz por el cumplimiento de su misión poco a poco fue desapareciendo, haciéndose
 invisible.
—Adiós, Elizabeth, fue un placer conocerte. —Dijo mientras una vez más se quitaba el sombrero cortésmente.
—Adiós Nicky, jamás te olvidaré. —Dijo Elizabeth mientras una lágrima rodaba por sus mejillas
con su rostro aún sonriente.

FIN.

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