jueves, 11 de agosto de 2011

Luciferus - Parte I

Bueno pues ya ven que a uno se le da eso de escribir cuentitos con el señor Iván Alarcón y aquí está uno que lo empezamos ayer. Es la primera parte como se pueden dar cuenta en el nombre de la entrada, duh. Espero y les guste y comenten y se orgasmeen al leerlo, okey no xD. Pero si léanlo :B

Luciferus

Por Iván Alarcón y Elizabeth Silva


Dentro de los espejos rotos sobre el suelo, aquella pequeña niña de ojos negros se veía reflejada. No cualquier reflejo, sino uno contrario. Se miraba entre besos y fantasías, entre juegos y alegrías. Esa refracción alegre contrastaba con la frialdad de sus ojos. Por eso había roto el espejo de su tía. Escuchó pasos apresurados y la puerta se abrió repentinamente, era tía, con ojos expectantes y temerosos la miró a través de los fragmentos esparcidos por el suelo y esperaba lo peor.

Como una ráfaga de luz los gritos se escucharon por toda la habitación, los regaños por no tener cuidado, por estar en un lugar prohibido para ella, su tía levantó la mano para abofetearla pero la pequeña esquivó el golpe y se escurrió entre las piernas de la opresora para salir corriendo de la habitación. La puerta se cerró tras de sí, como si una corriente de aire la hubiera azotado con furia. Tía recogió los filosos trozos, trató de evitar su reflejo que la miraba directamente a pesar que sus ojos se perdían en las grietas del piso de madera. Aquel espejo había estado en la familia desde hace tanto tiempo que ya era imposible calcular los años exactos. Las decenas de ojos no la dejaban de mirar, mientras las lágrimas resbalan por sus rostros, siempre mostraban lo contrario de los seres humanos; tía nunca lloraba. Del otro lado de la pared se escuchaban sollozos, la pequeña niña se había escondido en el armario con el retrato de su madre muerta, las dos se miraban tan felices, contentas. Si pudiera pedir un deseo sería llegar ahí, en ese lugar de tiempo detenido donde la mirada acusadora de su tía no le hiciera daño.

Quería recordar como la había perdido, pero como siempre esa nubosidad respecto a su madre la cegaba y hasta cierto punto la llenaba de coraje por no saber más. ‎"Anna", escuchó que alguien decía, no era Tía, esa voz era muy dulce y ligera, una voz tan sueve que se perdía en el viento de su respiración. "Anna", seguía escuchando. Frente a ella flotaba una pequeña luz, no más grande que una luciérnaga, mas esta no parpadeaba, sólo flotaba en la oscuridad. La luz iluminó maravillosamente las sombras que habitaban dentro de sus ojos. La tomó con su mano derecha y sintió la calidez que emanaba. Por primera vez en mucho tiempo no sentía frialdad en su corazón. No sabe cuánto tiempo duro así ya que cuando volvió a abrir los ojos, la luz del día era la que se colaba por debajo de la puerta. Cuando miró hacia su mano la luz ya no estaba pero el calor que había envuelto su corazón seguía ahí.

Cuando abandono su escondite, tía la esperaba en la habitación, no era la primera vez que se escondía y pasaba la noche donde mismo, era casi rutinario. La mujer notó la diferencia en el resplandor de los ojos de la niña, ya no eran tan opacos y cenizos como antes. "Una Salamandra de Fuego" pensó, hace mucho que no había visto una, siempre se escondían en los rincones oscuros de la casa cuando era niña, nunca había tocado una pero conocía la capacidad mágica de ellas. Agnes, su hermana, siempre jugaba con ellas en el jardín trasero cundo anochecía, ella no. No soportaba estar cerca de ellas a pesar de que siempre le habían parecido bonitas. Quiso decir algo al respecto del espejo roto pero cuando Anna la miró nuevamente con esos ojos de fuego no le quedo más que enmudecer. Luego de unos segundos de intenso silencio sólo pudo decir en un susurro que el desayuno estaba listo.

Dio media vuelta y entró a la cocina, sentía una especie de hipnotismo al mirarla pero le recordaba ciertos recuerdos que no eran bienvenidos en su corazón. La magia era lo único que tenían, ambas, era lo único que las unía. Agatha nunca lloraba, no porque no quisiera, sino de tanto llorar en su pasado sus ojos ya no sacaron más. Era una bruja, trataba de llevar una vida normal, pero cada vez le era imposible. Las brujas son malas, son crueles y asesinan niños, a pesar de ir en contra de sus instintos, sus impulsos sobrenaturales eran más fuertes que ella. Cada luna menguante un niño desaparecía del pueblo y nunca más se volvía a saber de él. Eso no le gustaba a Agatha, pero no había de otra, no podía combatirse a ella misma, lo peor es que Anna, se parece mucho a ella cuando niña, sabe en lo que se convertiría cuando llegara a la edad apropiada, en una bruja sanguinaria y sin escrúpulos. Anna no merecía ese destino, pero ya estaba marcada desde su nacimiento. Estaba dispuesta hacer todo lo posible para que eso no sucediera, no Anna, no la pequeña que le había dado una razón pura y agradable de vivir.

Luego de meditarlo tras largos minutos decidió ser Agatha, la tía buena, la que le desearía los buenos días, la que la cuidaría en aquellos momentos de enfermedad que azotaran su cuerpo. Sabía que eso era lo que Agnes quería para su pequeña hija, ella se lo hacía saber, día tras día, le había hecho creer a Anna que había muerto pero en realidad se encontraba lejos del pueblo. Agnes tuvo que huir de aquel lugar lleno de magia negra, no eran las únicas, había más y eran peores. La brujería es un mundo aparte, nadie lo decía en público, pero todos lo sabían. Sólo entre brujas se sabe quiénes lo son, los demás sólo tienen la sospecha. Quien se entera de ellas, muere antes de que lo pueda decir. Ese pueblo, perdido entre las montañas, ocultaba desde siempre grandes secretos, entre ellos las Puertas del Infierno. Agnes, al igual que Agatha, había luchado contra las Grandes Brujas, las dueñas del pueblo, las dueñas de la magia negra. No es posible enfrentarlas y ganar, quienes las han enfrentado han muerto, o bien, en el peor de los casos, se han convertido en sus servidores, éste es el caso de Agatha. Agnes había pasado por lo mismo, pero pudo huir de las Grandes Brujas, el Poder Blanco de los Brujos Luciferus era su refugio, su salvación. Anna había sido absorbida por el hechizo de las Grandes Brujas, al igual que Agatha, ya no había vuelta atrás, el poder la había afectado desde su nacimiento lo que lo hace irreversible. Agatha sólo espera el regreso de Agnes, cuando sea una Luciferus. Mantenía esa esperanza. Aún así con la fatalidad que habitaba en esa familia, Agatha no se cansaba de retrasar lo que podría ser lo inevitable, le daba pócimas disfrazadas de café o té para que Anna no sospechara algo, le cocinaba con ingredientes especiales que la misma Agnes había prescrito en su diario para que cuando se llegara el tiempo en que Agatha se hiciera cargo de la última de la dinastía todo fuera más sencilla para ambas.



1 comentario:

Oneechan dijo...

Orale :D! Más que dar para un cuento, este argumento podría dar para una novela entera o al menos eso me parece :)
Es muy bueno, yo me imaginaba otra cosa por el titulo pero es realmente bueno :) espero la segunda parte!
PD_Feliz cumpleaños :D aunque sea por atrasado .-.

Saludos :D!