Esperando que tenga un
buen día lector, le agradezco el hecho de que esté leyendo éstas letras, sin
embargo para no retrasarlo más escribiré directamente lo que nos importa a
ambos.
No obstante, es primero
contextualizarlo, así que diremos que estamos entre el año 3000 y 5000, por la
fecha podría sospechar que hablamos de un cuento o escrito de ciencia ficción,
así que desde ahorita le diré que sí. En efecto, estamos en el futuro y podemos
asegurar que todo aquello que no se ha cumplido hasta este 2013 en nuestro
cuento sí lo hará, es ficción, en la ficción podemos hacer lo que deseemos.
Podemos imaginar la
ciudad como los Supersónicos o como cualquier libro futurista, carros
voladores, teletransportación, robots como únicos “sirvientes” del hombre
haciendo caso de su ley: jamás hacerle daño a un ser humano y/o permitir que él
mismo se lo haga; obedecer siempre las órdenes dictadas por éste a menos de que
entre en conflicto la primera ley y protegerse así mismo en la medida que no
contradiga la primera y la segunda ley. ¡Vaya que Asimov sabía lo que hacía!
Incluso podríamos citar a Bradbury y decir que intentamos conquistar
Marte y lo hicimos, tan así que echamos a perder el planeta por no tomar en
cuenta la cultura, tradición y costumbres de sus habitantes, sin embargo aún no
lleguemos a ese punto sino nuestra historia no tendría sentido, Marte, Jupiter,
Saturno, vacaciones en el Sol, intercambio entre otras galaxias, casas de campo
en la luna de los demás planetas, todo esto y más es posible en este cuento;
tal vez no le esté dando demasiado para que lo imagine, sin embargo es menester
hacerlo de esta manera.
Ya conocemos el contexto ahora demos paso al protagonista de este
cuento: comenzaré diciendo que es un chaval, adolescente, joven, niño, no
precisaré la edad porque cualquiera o ninguno puede sentirse identificado con
él. Lo que sí puedo decir son todas sus cualidades: inteligente, de eso no hay
duda, crítico, analítico, tiene una capacidad enorme para imaginar historias,
sus amigos y conocidos siempre lo alentaban para que siguiera escribiendo, y él
lo hacía y lo hacía a la “antigüita”; papel y pluma era lo que siempre llevaba
a la mano. Detestaba tener que escribir como sus modernos amigos, simplemente
pensarlo, vomitarlo en un holograma para después hacerlo llegar por ese mismo
pensamiento a aquellos que estuvieran necesitado de una nueva historia
fantástica (he de confesar que eran muy necesarias en ese tiempo, ya que casi
todo estaba escrito y los clásicos ya no eran tomados en cuenta por la capacidad
de aprender a través de la ósmosis).
Así que él se daba a la tarea de rescatar el verdadero significado de
ser escritor, su talento daba para mucho, tenía la habilidad de que le dieran
una palabra disparadora e inmediatamente creaba algo nuevo, fresco y novedoso,
la crítica literaria lo reconocía siempre como el escritor modelo que muchos
deberían de seguir. Además, no sólo era escritor también cuentacuentos, su voz
era de esas que te tranquilizan con sólo su mismo timbre, así que ya se imaginarán
qué espectáculos hacía cuando se sentaba y comenzaba a improvisar o contar
cuentos que ya había escrito.
Pero, en fin, como todo cuento maravilloso, según Propp, es necesario
una problemática y he aquí la de nuestro cuento: nuestro querido protagonista
sentía mucho. Sí, sentía mucho, tenía un corazón tan grande que estaba MUY
necesitado de amor, demasiado, a tal grado que le dolía la situación en la que
estaba (Y es que, sí, habían personas que lo querían, pero como era tanto el
tamaño de su corazón que no se bastaba con ello, además de que no todo ese
querer y amor es de la manera en la que él lo quiere y necesita). Así que
después de pensarlo y platicarlo con su mejor amigo robot, le pondremos Bender
(aunque no tiene las mismas características de este), en honor a Matt Groenig y
Futurama, un buen día decidió dejar de sentir. ¡ASÍ ES QUERIDO LECTOR, DECIDIÓ
DEJAR DE SENTIR! Estaba cansado de sentir tanto, estaba cansado y dolido de que
no lo quisieran como él deseaba. Y como era un chico malo, malote, maloso, pero
sobre todo un ser pensante que no está de acuerdo en las estúpidas reglas
establecidas por la sociedad, que siguen prevaleciendo a pesar de los años y de
la supuesta “evolución” luego de tantos siglos, comenzó con un tratamiento
especial para dejar de hacerlo.
Muchos, pocos, algunos, se dieron cuenta de lo que él estaba por hacer,
unos lloraron, otros no pudieron dormir en la noche en la que se enteraron de
dicha decisión, otros estuvieron pensando en eso todo el día siguiente, otros
se decepcionaron, otros se deprimieron, otros se sintieron frustrados, otros le
rogaron y le imploraron que no lo hiciera, o todos sintieron exactamente lo que
les estoy describiendo, pero ni así lograron que él cambiara de opinión. Sin
embargo como toda acción trae una reacción, un día después de que el
tratamiento surtiera todo efecto esperando quiso volver a escribir y adivinen
qué pasó ¡exacto! Ya no pudo escribir más, lo pensó, lo escribió en su libreta
especial, pero nada salía de su brillante mente.
Había olvidado lo que había dicho Heidegger: el escritor deja en cada
uno de sus letras un pedacito de su corazón, de su alma, así que en vista de
que ya no tenía sentimientos, no tenía algo que decir, algo que contar, algo
que imaginar. Poco a poco su círculo de asiduos seguidores comenzaron a
sentirse grises, y es que también cuando le preguntaban su estado anímico él
sólo respondía que neutral.
Bender como fiel amigo, casi como perro, había hecho sus pertinentes
observaciones, sabía que se estaba haciendo daño por haber tomado esa decisión,
su sistema comenzaba a entrar en conflicto por permitir semejante barbaridad, y
es que como todo cliché de historias de ficción él deseaba tener un corazón,
deseaba sentir, sentir el amor, el cariño, la amabilidad, casi casi lo deseaba como
el hombre de hojalata en busca del mago de Oz. Así que lo hizo saber a su
amigo, él, dado que ya no sentía nada, se inmutó y sólo le deseó suerte, pronto
sus caminos comenzaron a separarse, Bender no podía estar con alguien que no
sentía, ¿cómo podría llegar a ser un “hombre” de verdad con todo y el paquete
que conlleva si no tenía alguien que realmente sintiera? La praxis era
importantísima para su circuita vida, sentía una extraña sensación por dejarlo,
tal vez fuera dolor, no se sabe; los robots no sienten en verdad.
Así que, en efecto, querido lector si se da cuenta, es casi un perfecto
cuento de ciencia ficción, la diferencia es que no, no es ciencia ficción, hay
un niño que deseó ya no sentir y está cumpliendo ese cometido. ¿El final? El
final aún no lo descubro, es por ello que se quedará inconcluso, ya que el
verdadero final depende de usted.
1 comentario:
¡Magnífico Liz! :') *Se para de pie y aplaude* Mi escritora favorita que jamás me decepciona.
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