martes, 5 de febrero de 2013

Me acuerdo de las mariposas, siempre llegaban cuando menos lo esperaba y más lo necesitaba. Me auguraban sueños, deseos, buenas noticias, alegrías y sonrisas. Hasta que llegó aquel fatídico día, recuerdo que todo había sido tan gris, la lluvia no dejaba de golpear mi rostro al caminar entre la arbolada que llegaba a su casa.
Después de pensarlo un tiempo, decidí quedarme quieta, sentarme en el césped y dejar que la lluvia se detuviera, al fin y al cabo empapada ya estaba, agua más agua menos no importaba mucho. Y tan pronto lo hice el sol comenzó a resplandecer, pensé que sería una buena señal; tiempo después me di cuenta que era sólo para confundirme
Seguí con mi camino hasta llegar a su hogar, nuestro hogar, toqué la puerta y sola se abrió, eso me extrañó de sobremanera pero no le di importancia. Entré y comencé a preguntar por él, sólo el eco me respondía.
Me dirigí a su cuarto, la mayoría de las veces se encontraba ahí ya que no le gustaba convivir mucho con su familia; pero al entrar no había nadie, solo, lleno de polvo y de su ausencia. Sentí un curioso dolor en el vientre, como si una mano invisible me golpeara. Seguí buscando por toda la casa pero sólo me encontraba en un vacío infinito, le marqué a su celular pero me mandaba a buzón. Desee que todo eso fuera un sueño, pero no fue así.
Él nunca regresó, nunca supe por qué y a dónde fue, pero a cada paso que daba hacía mi casa, una mariposa negra caía a mis pies. Todas muertas, como él, como yo.

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